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trigésimo tercer desahogo si no muere la esperanza

trigésimo tercer desahogo si no muere la esperanza

Había dos pistolas encima de la mesa. Exactamente: un revólver plateado con cachas de madera S&W y una semiautomática Walter plastificada. Negociaban cierta paz.  Cada gota de sudor que caía por sus frentes: un alma de las que fuera ansiaban la vida. Hacía calor, demasiado. Mayor que el del fuego de sus Cohibas. Nadie quería ceder. A sus espaldas quienes más habían matado, y muerto.  De fondo el vil dinero. Era tanto que debiera facilitar el acuerdo; era tanto que habría para ambos bandos. El tercero, quedó dicho, esperaba fuera: sólo pedían seguir viviendo.

¿Habría acuerdo?

¿Era negocio la paz?

 

Culminado el orgasmo, cuando el sudor comenzaba a enfriarse y el vello a erizarse, agotados todos los espasmos, abrió los ojos y se descubrió despierta. Apagó la sábana vibrante de seda que acariciaba su piel, se bajó la camiseta y aplaudió. Y rió. La terapia, sin duda, funcionaba: cada día su rostro era más bello, más radiante su mirada profunda y sugerente su sonrisa, como comprobó a verse reflejada en el espejo que doblaba el tamaño de su cama viscolástica.

¿Dormiría sola esa próxima noche?

¿Realmente quería compañía?

 

Tras colocar los últimos ladrillos del día y hacer algunos remaches, descolgó la plomada y secó el ardiente sudor de su frente. Ahí arriba el cielo parecía estar más lejano, aún. Camino de regreso fijó la mirada en los dedos de sus manos, mientras éstas descansaban sobre el volante de su furgoneta, y recordó que sus uñas eran grises por dentro y negras por fuera, como su piel. Sobre el asiento del copiloto el libro que siempre le acompañaba: La Odisea.

¿Merecía la pena regresar a casa?

Algún día lo haría.

1 comentario

ilu -

la sábana vibrante de seda debe ser un buen invento, pero no creo que sepa ni abrazar ni besar.

Gracias por descubrirme tu escondite un beso